La confianza es la clave

Los innumerables estudios de los factores de éxito de las ciudades, áreas y países que han logrado altos niveles de impacto social y económico por las prácticas de innovación, arrojan que hay un solo elemento que nunca ha faltado, y que ha resultado ser indispensable para que los ecosistemas de emprendimiento e innovación funcionen. Este elemento es la confianza.

Existe una teoría utilizada por expertos en innovación, que a mi juicio está equivocada, que postula que si se colocan en la olla ingredientes como aceleradores de empresas, concursos de planes de negocio, espacios de co-working, ángeles inversionistas, centros de investigación aplicada en universidades, empresas adquiriendo desarrollos tecnológicos de universidades y startups, entre otros, y se ponen a cocinar, el plato servido que se obtendrá es un ecosistema de emprendimiento e innovación exitoso. Nada más equivocado que este modelo insumo-producto simplificado, ya que le falta el elemento más importante sin el que nada funciona: la confianza. Mientras no exista confianza entre emprendedores e inversionistas, o entre empresas y universidades, por ejemplo, no podrán concretarse relaciones de calidad con impacto y sostenibles en el tiempo.

Pasarse una semana en Silicon Valley, en Estonia, o en Cambridge asistiendo a eventos y conversando con emprendedores, inversionistas, académicos o hacedores de políticas públicas, es suficiente para darse cuenta de que no hay desconfianza alguna que limite el intercambio, y así se permite la concreción de relaciones sólidas y sostenibles que fundamenten y construyan un ecosistema robusto.

Lo mismo podemos decir del manejo de una crisis. Un país donde no hay confianza en los gobernantes o en los empresarios, o entre los ciudadanos mismos, no tiene forma de hacerle frente de forma ordenada a una crisis nacional. Eso es evidente cuando nos comparamos con países en los que los sistemas de salud nunca han tenido presión, y la economía ha funcionado relativamente bien, aun con casos y fallecimientos. En un término de moda en la pandemia, podemos decir que en los países donde hay confianza se puede “danzar” adecuadamente con la Covid-19.

También se aplica el concepto en la vida política en general. Una sociedad inmadura, en la que aún persiste la desconfianza mutua entre grupos o entre personas, donde la mayoría o juega vivo o piensa que le van a jugar vivo, no tiene forma de articularse adecuadamente.

La confianza se logra trabajando una a una en la calidad de las relaciones entre personas y organizaciones, y poco a poco lograr que dichas relaciones surtan efectos, que a su vez generen confianza para que otras relaciones se concreten. Se indica que de esta manera toma más de una generación ver efectos en una sociedad para que la innovación y el emprendimiento funcionen para la creación de riqueza y el bienestar humano. Sin duda, para el funcionamiento de un país en general, con sus gentes y sus instituciones, el trabajo toma más tiempo. Pero hay que hacerlo. Hay que hacerse cargo. No hay otro camino que la confianza.

La ciencia y los negocios: los errores son inevitables

Uno de los temas en que muchos concordamos durante este tiempo inusual que estamos viviendo es la importancia de la ciencia. Son pocas las personas que pueden decir que no están pendientes del anuncio de una vacuna o de mejores terapias contra la Covid-19, a pesar de que tengan pocos conocimientos o de que regularmente no valoren a la ciencia como el factor más importante de la evolución humana. Querramos o no, estamos pendientes de la ciencia como la única disciplina humana que nos sacará de esta crisis.

La ciencia, siendo una fuente de conocimiento, está basada fundamentalmente en el método científico, cuyo principal eje es la metodología del ensayo y error. Es decir, los científicos trabajan para probar hipótesis que enuncian en base a observación, inferencia u otros métodos, y lo hacen a través de la ejecución de experimentos que llevan ya sea a probar su hipótesis o a descartarla por estar equivocada. Este proceso cíclico se repite con nuevas hipótesis generadas de ciclos anteriores hasta que se logra validar con contundencia una hipótesis sólida, que se convierte en una teoría o un enunciado.

Uno de los elementos del método científico es el error. Sin error no hay ciencia, porque todo proceso experimental lleva ya sea a un error o, en su defecto, a una validación de la hipótesis. El error, que ocurre al menos la mitad de las veces que se efectúa un experimento, no es el fin del proceso, sino que -por el contrario- puede ser fuente de nuevas hipótesis que inician nuevos ciclos de experimentación.

Hemos visto durante los últimos meses a muchas personas criticando a científicos por haberse equivocado en temas relacionados a la pandemia. Dichas críticas ignoran el fundamento de la ciencia de que el conocimiento se adquiere por medio de ensayo y error, y de que estos errores son parte ineludible del proceso. La Covid-19 es una nueva enfermedad de la que los científicos aún saben poco, y del que solo se sabrá más aplicando el método científico, que necesariamente incluye errores.

El error tiene una connotación negativa en nuestra cultura. Desde el momento que pensamos en un error, lo que viene a nuestras mentes de forma espontánea es una idea negativa de fracaso. No pasa lo mismo en otras culturas, en las que los errores son vistos como fuentes de nuevo conocimiento. De hecho, al fallo en un proceso en inglés se le llama “fail” o falla, mientras que en español se le llama “fracaso”, palabra que tiene una pesada connotación negativa. Lo mismo ocurre desgraciadamente en las calificaciones escolares y en los emprendimientos empresariales. Nuestra cultura castiga los errores y estigmatiza los errores o fallas, incluso en la forma en que son nombrados: fracaso.

Los modelos de negocio de las empresas están pasando -ahora más que nunca- por transformaciones obligadas debido a la pandemia. Estas transformaciones pueden ser temporales o permanentes, siendo estas últimas las que decidirán en muchos casos la supervivencia a largo plazo de los negocios. Ninguna transformación empresarial, en especial las que son abruptas como las que están ocurriendo ahora, está exenta de errores.

Así como existe el método científico, también existen metodologías ampliamente probadas para modelar y ejecutar mejoras o nuevos negocios que permiten que los errores ocurran con el menor costo, en el menor tiempo y causando el menor daño reputacional posible. Son la evolución empresarial del método científico. No evitan los errores -que son necesarios en el proceso- sino que disminuyen su impacto. Y su mecánica es exactamente la misma: se postulan hipótesis de las necesidades del mercado y luego de las soluciones, y se prueban iterativamente con experimentos acotados, hasta llegar a una solución que encaje y que sea adoptada y consumida por el mercado. La principal referencia de estas metodologías fue creada en la década pasada por Eric Ries y se llama Lean Startup.

Estas metodologías adquieren mucha más importancia en la situación actual, dado que lo que está en juego hoy es mucho más que solamente las mejoras o los nuevos negocios, sino la supervivencia de las empresas, que muchas veces son el legado familiar y el sustento de muchas personas.

Es imperativo que los empresarios se saquen de la cabeza el paradigma cultural de que los errores o fracasos son en esencia malos. En realidad son parte ineludible del proceso de transformación o reinvención empresarial, pero con un adecuado uso de herramientas de modelación y ejecución se pueden minimizar tanto en costo, como en tiempo, y hasta en daños a la reputación de las empresas.

Tiempo para reinventarse

Quienes tienen responsabilidad en empresas u organizaciones se han visto enfrentados en las últimas semanas a una situación compleja, que los ha llevado a caminos nunca antes transitados, y están teniendo que tomar decisiones complicadas y actuar casi de inmediato. ¿Qué tan importantes y decisivas son estas decisiones y acciones para el éxito futuro, e incluso para la subsistencia de sus empresas u organizaciones?

Muchos tildan la pandemia como una desgracia y una calamidad que ha venido a traer sufrimiento y muerte, y también potencialmente traerá efectos secundarios en pobreza, hambre, y otro tipo de enfermedades. Sin embargo, como lo dictan las filosofías orientales, todo problema es en realidad una oportunidad. Y no solo una oportunidad de negocios, sino una oportunidad de adaptación, cambios, mejoramiento y evolución hacia nuevas formas de vivir, de actuar, de gozar y sufrir, de viajar, de comprar y vender, entre otros muchos aspectos de la vida.

Los que tenemos el privilegio de estar viviendo este momento, y estamos en posición de impulsar esos cambios mencionados a través de nuestras empresas, organizaciones y proyectos, podemos aprovecharlo para repensar nuestro quehacer con tal de acoplarnos a la nueva realidad, a través de mejoras marginales en lo que hacemos o, en contraste, del diseño de nuevos productos y/o servicios desde una perspectiva radicalmente diferente, que permita agregar valor a un mundo que está y seguirá cambiando rápidamente.

Llevar adelante estos cambios pasa no solo por la voluntad y el arrojo de hacerlos, sino por usar una metodología que permita gestionar a la vez las actividades actuales que generan los recursos de corto plazo, junto con la ideación, validación y puesta en marcha de las nuevas iniciativas, de tal forma que permita el uso eficiente de recursos, como el dinero y el tiempo. No es fácil gestionar el día a día en paralelo a la gestación de nuevos proyectos, pero hay esquemas de trabajo probados que permiten hacerlo de una manera eficiente y con riesgo moderado.

Otro ángulo de la oportunidad coyuntural que tenemos ante nosotros es el poder desprender de la actividad actual, o hasta iniciar completamente, iniciativas escalables que no dependan de altos gastos fijos o inversiones enormes, aprovechando la inevitable e impostergable tendencia a la digitalización, al trabajo a distancia, a las compras virtuales, a la educación a distancia, y otras muchas tendencias emergentes y con rápida adopción. La escalabilidad es un término poco conocido aún, pero muy usado por empresas que todos hemos visto o utilizado, tales como Uber, Airbnb, Degusta, Appetito24, entre otras, que permite escalar la empresa u organización a grandes tamaños, sin necesidad de crecer en la misma proporción en gastos fijos. La escalabilidad es una ciencia, estudiada ya por un par de décadas al menos, de la que se desprenden metodologías potentes y probadas que permiten diseñar y gestionar proyectos, empresas u organizaciones escalables de forma exitosa.

El mundo está cambiando, quizás de una de las peores formas posibles, pero esto nos presenta la oportunidad de ser protagonistas de la inevitable evolución que está ocurriendo, para mejorar la vida de la gente, cambiar la forma como funcionan las industrias, o incluso la creación de nuevas industrias, siempre agregando más valor a la sociedad y, por ende, capturando parte de ese valor para crear riqueza. ¿Seremos parte o solo testigos del cambio?

Validar o Morir

Uno de los costos ocultos más importantes de las empresas, especialmente las que cuentan con departamentos de investigación y desarrollo, o de desarrollo de sistemas para la venta o para uso interno, es el de recursos dedicados a mejoras, arreglos, o nuevos desarrollos una vez que los productos son enviados a producción y son usados por primera vez por los clientes o los colaboradores. Lo mismo sucede con las empresas que ofrecen servicios o fabrican productos, cuyos costos de mejoras, rediseños, o hasta muchas veces de fracasos, son hasta más altos en algunas ocasiones que los de la fabricación y/o diseño.

Esto se debe a que estamos entrenados a utilizar sistemas lineales de desarrollo de productos, en los que -en general- se sigue el orden de analizar, diseñar, programar o fabricar, y solo entonces es lanzado el producto o servicio para su uso o su venta. Los costos en que se incurre a partir de ese momento son altísimos, y prácticamente nunca están en los presupuestos de desarrollo. Los fracasos son múltiples debido a esto.

Las metodologías de innovación permiten disminuir los costos asociados a la confrontación tardía con la realidad del mercado, a través de iteraciones sucesivas de validación de la solución. Lo más preciado de estas metodologías es que se permiten validar de forma sucesiva y creciente las hipótesis de lo que el mercado adoptaría. De esta manera se va avanzando desde un producto mínimo viable, a través de mejoras sucesivas provenientes de la retroalimentación de los clientes, hasta una solución final.

Pero esto no es suficiente. Quizás el factor crítico de éxito de estas metodologías es que previamente a la validación de la solución, se propone realizar la validación del problema o necesidad del consumidor. Muy pocas veces se piensa que la hipótesis que creamos de la necesidad del cliente puede ser incorrecta, llevando en numerosas ocasiones a estrepitosos fracasos evitables. Las metodologías de innovación incluyen la validación de la necesidad como un elemento primordial del proceso de desarrollo de productos o servicios, por el que todo inicia.

Al final de cuentas, la validación es un mecanismo esencial en toda empresa que venda productos o servicios, grande o mediana, para reducir sus costos ocultos a la hora de lanzar novedades, para disminuir el riesgo de fracasos, y para hacer frente a la competencia, sobre todo de startups innovadores que naturalmente usan estas metodologías para operar.

La clave de todo es que los clientes son el centro de la estrategia y del proceso de desarrollo de productos, y que son la fuente principal de información desde la etapa de formulación de hipótesis iniciales. Si no tenemos a los clientes en el centro, y los vemos como parte del proceso de desarrollo de productos o servicios, estaremos fuera del mercado tarde o temprano.

Innovación 1.0.1

Durante los últimos años hemos escuchado la palabra innovación de una forma exagerada. Si le preguntamos a diez ejecutivos de alto nivel por el significado de dicha palabra, casi seguramente obtendremos diez definiciones distintas. Es un término con una definición difusa, pero que -paradójicamente- ejerce una atracción potente para ser incorporada en las estrategias y en las declaraciones de misión de muchas compañías y organizaciones.

Probablemente la mejor definición de innovación que he escuchado en los últimos quince años, y que permanece vigente, es aquella que mezcla dos conceptos: nuevo y útil. Es decir, la innovación es toda gestión que lleve a hacer cosas nuevas y útiles. Muy simple definición, casi pueril, pero es la que mejor encaja con lo que por experiencia considero es la innovación.

Esto quiere decir que, por ejemplo, no todas las invenciones pertenecen al ámbito de la innovación.  Solo aquellas invenciones para las que se encuentra un uso práctico pueden considerarse innovaciones.  Ahora, ¿a qué le llamamos uso práctico?  Pues a todo aquello cuyo uso es adoptado por los seres humanos, en cualquier ámbito y alcance, porque mejora la calidad de vida, ya sea por rapidez, eficiencia, confort, placer, salud, estética y cualquier otro criterio de mejora.

De igual manera nos referimos a la innovación en productos y servicios, que solo puede ser reputada como tal si ocurre la adopción por parte de colaboradores y/o clientes.  En muchos casos para ser una innovación exitosa, debe demostrarse -más allá de la adopción creciente (tracción) por parte de los clientes- su beneficio medible en ahorros o ganancias para quien adopta su uso.

Todo intento de hablar de transformación digital, metodologías de innovación, o de otros movimientos relacionados a la adaptación a los tiempos, sin fundamentarse en el corazón conceptual de la innovación, está condenado al fracaso, por dejarse llevar por tendencias y modas vacías. La innovación es la fuerza principal de la evolución social, en todos los ámbitos, pero solamente cuando produce bienestar y mejoras. Lo demás son cuentos.